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Las observaciones y los encuentros de un hombre solitario y taciturno son más vagos y al mismo tiempo más intensos que los de un hombre sociable; sus pensamientos son más profundos, más extraños y nunca exentos de un toque de tristeza. Imágenes y percepciones que podrían desecharse con una mirada, una risa, un intercambio de opiniones, le ocupan indebidamente, se hacen más intensas en el silencio, se vuelven significativas, se convierten en una experiencia, una aventura, una emoción. La soledad produce originalidad, belleza audaz y asombrosa, poesía. Pero la soledad también produce perversidad, lo desproporcionado, lo absurdo y lo prohibido.