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Hay personas que no pueden evitar dar. ¿Por qué? Porque experimentan un verdadero placer psicológico al hacerlo. No lo hacen pensando en su propio beneficio, lo hacen a escondidas; detestan hacerlo abiertamente porque eso les quitaría parte de la satisfacción. Lo hacen en secreto, con manos rápidas y temblorosas, con el pecho mecido por un bienestar espiritual que ni ellos mismos comprenden.