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El dolor, por supuesto, no es algo que funcione según un marco temporal concreto, y parece frío sugerir lo contrario. Sin embargo, cuando no comprendemos que Dios está presente en el dolor, al final insistimos en la victoria o, peor aún, culpamos al que sufre por no "superarlo" lo bastante rápido. Esto es más que una falta de compasión; es un ejercicio de crueldad.