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Sólo había visto una pistola una vez, una más pequeña en la cadera de aquel viejo ayudante del sheriff, una pistola que siempre pensó que era más bien para aparentar. Se metió un puñado de balas mortíferas en el bolsillo, pensando en cómo cada una de ellas podía acabar con una vida individual, y comprendiendo por qué esas cosas estaban prohibidas. Matar a un hombre debería ser más difícil que agitar una tubería en su dirección. Debería llevar el tiempo suficiente para que la conciencia se interpusiera en el camino.