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Mi padre me enseñó a ser un hombre, y no inculcándome un sentido del machismo o una agenda de dominación. Me enseñó que un hombre de verdad no toma, sino que da; que no usa la fuerza, sino la lógica; que no es un alborotador, sino un solucionador de problemas; y, lo más importante, que un hombre de verdad se define por lo que lleva en el corazón, no en los pantalones.