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Acaba de amanecer, es de día: esa suspensión gris y solitaria llena del despertar pacífico y tentativo de los pájaros. El aire, inhalado, es como agua de manantial. Respira profunda y lentamente, sintiéndose con cada respiración difuso en la grisura natural, haciéndose uno con la soledad y la quietud que nunca ha conocido la furia ni la desesperación. "Eso era todo lo que quería", piensa, con un asombro tranquilo y lento. "Eso era todo, durante treinta años. No parecía mucho pedir en treinta años.