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Las yemas de sus dedos se deslizaron desde mi cara, acariciando suavemente la línea de mi cuello, bajando hacia mi hombro. Dondequiera que tocaba, aparecía un rastro de piel de gallina. ¿Cómo podía seguir haciéndome esto? Marcus, que hacía que todas las chicas del mundo se desmayaran, no tenía ningún efecto sobre mí. Pero una caricia susurrante de Adrian me deshizo por completo.