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Mort conducía uno de esos pequeños coches híbridos que, cuando no funcionaban con gasolina, se alimentaban de idealismo. Estaba hecho de papel crepé y cinta adhesiva, y contaba con un sistema informático que parecía capaz de gestionar la Bolsa de New York y el NORAD, con atención suficiente para jugar al tres en raya. O posiblemente a la guerra termonuclear global.