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  • La belleza de aquel día de junio era casi asombrosa. Después de la húmeda primavera, todo lo que podía volverse verde se había superado a sí mismo en verdor y todo lo que podía siquiera soñar con florecer o florecer estaba en flor y florecía. La luz del sol era una bendición. La brisa era tan suave e íntima sobre la piel que resultaba embarazosa.

    Dan Simmons (2009). “Drood”, p.755, Hachette UK