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Tenemos la extraña ilusión de que el mero paso del tiempo anula el pecado. He oído a otros, y me he oído a mí mismo, relatar crueldades y falsedades cometidas en la niñez como si no fueran de la incumbencia del orador actual, e incluso con risa. Pero el mero paso del tiempo no afecta ni al hecho ni a la culpa de un pecado. La culpa no la lava el tiempo, sino el arrepentimiento y la sangre de Cristo: si nos hemos arrepentido de estos pecados tempranos, debemos recordar el precio de nuestro perdón y ser humildes.