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Aunque odiaba dejar de besarse, Luce sostuvo entre sus manos el cálido rostro de Daniel. Lo miró a los ojos violetas, tratando de sacar fuerzas. "Lo siento", dijo. "Por haber huido como lo hice". "No lo sientas", dijo él, despacio y con absoluta sinceridad. "Tenías que irte. Estaba predestinado; tenía que ocurrir". Volvió a sonreír. "Hicimos lo que teníamos que hacer, Lucinda". Un chorro de calor la recorrió, mareándola. "Empezaba a pensar que no volvería a verte". "¿Cuántas veces te he dicho que siempre te encontraré?