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Sus libros formaban parte de él. Cada año de su vida, parecía, sus libros formaban más y más parte de él. Esta habitación, de treinta por veinte pies, y las paredes de estanterías llenas de libros, tenían para él el murmullo de muchas voces. En los libros de Heródoto, Tácito, Rabelais, Thomas Browne, John Milton y muchos otros, había encontrado hombres de rostro y voz más reales para él que muchos hombres con los que había quedado para fumar y charlar.