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Valoro tanto mi propia independencia que no puedo imaginar una degradación mayor que la de tener a otro hombre dirigiéndome, aconsejándome y sermoneándome perpetuamente, o incluso planeando demasiado de cerca mis acciones. Podría ser el más sabio de los hombres, o el más poderoso, pero yo me rebelaría y resentiría igualmente su interferencia.