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  • De hecho, todas las mujeres que conocía me parecían desechables y reemplazables. Estaba experimentando la paradoja del seductor: cuanto mejor me convertía en seductor, menos quería a las mujeres. El éxito ya no se definía por echar un polvo o encontrar novia, sino por lo bien que me desenvolvía.

    Neil Strauss (2011). “The Game”, p.154, Canongate Books