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Amo a los enemigos, aunque no a la manera cristiana. Me divierten, excitan mi sangre. Estar siempre en guardia, captar cada mirada, el significado de cada palabra, adivinar sus intenciones, frustrar sus complots, fingir que te engañan y, de repente, con un empujón, derribar todo el enorme y arduamente construido edificio de sus astucias y ardides: eso es lo que yo llamo vida.