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  • Ella alabó su libro y él la abrazó desde la gratitud más que desde la lujuria, pero ella no la soltó. Ni él tampoco. Le besó la mejilla, el lóbulo de la oreja. Durante meses habían pasado los dedos por el dobladillo de su afecto sin reconocer ni una sola vez la tela. La circunferencia del mundo se estrechó hasta lo que abarcaban sus brazos. Ella se sentó en el escritorio, entre las columnas de manuscritos leídos y no leídos, y tiró de él hacia ella por los dedos índices.