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Había gente tres veces más grande que ella en el andén de Trenton y miró con admiración a una de ellas, una mujer con una falda muy corta. No le importaban las piernas delgadas que se exhibían en minifalda -después de todo, era seguro y fácil mostrar unas piernas que el mundo aprobaba-, pero el acto de la mujer gorda tenía que ver con la convicción silenciosa que una compartía sólo consigo misma, un sentido de lo correcto que los demás no veían.