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Tengo un perrito al que le gusta echarse la siesta conmigo. Se sube a mi cuerpo y pone su cara en mi cuello. Es más dulce que el jabón. Es más maravilloso que un collar de diamantes, que ni siquiera puede ladrar.
Tengo un perrito al que le gusta echarse la siesta conmigo. Se sube a mi cuerpo y pone su cara en mi cuello. Es más dulce que el jabón. Es más maravilloso que un collar de diamantes, que ni siquiera puede ladrar.