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Me dijo que su padre le enseñó a vivir la vida más allá de la cúspide de la misma, en los confines donde la mayoría de la gente nunca tuvo el valor de ir, donde te hacían daño. Donde había una belleza y un dolor inimaginables... Siempre se recordaban a sí mismos que debían dejar de medir la vida en cucharadas de café, mañanas y tardes, y seguir nadando hasta el fondo del océano para encontrar el lugar donde cantaban las sirenas, cada una a su manera. Donde había peligro y belleza y luz. Sólo el ahora.