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No se puede pasear por una avenida, conversar con un amigo, entrar en un edificio, curiosear bajo los arcos de arenisca de una antigua arcada sin encontrarse con un instrumento del tiempo. El tiempo es visible en todos los lugares. Las torres de los relojes, los relojes de pulsera, las campanas de las iglesias dividen los años en meses, los meses en días, los días en horas, las horas en segundos, cada incremento de tiempo marchando tras otro en perfecta sucesión. Y más allá de cualquier reloj en particular, un vasto andamio de tiempo, que se extiende por todo el universo, establece la ley del tiempo por igual para todos.