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  • Ninguno de nosotros quiere admitir que odia a alguien... Cuando negamos nuestro odio damos un rodeo alrededor de la crisis del perdón. Reprimimos nuestro rencor, hacemos ajustes y creemos que somos demasiado buenos para ser odiosos. Pero la verdad es que no nos atrevemos a arriesgarnos a admitir el odio que sentimos porque no nos atrevemos a arriesgarnos a perdonar a la persona que odiamos.