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Y había, en aquellos años de Ipswich, al menos para mí, un componente educativo en bruto; aunque solía sacar buenas notas en los exámenes académicos, parecía saber muy poco de cómo funcionaba el mundo y agradecía de verdad que me enseñaran, ya fuera cómo dar un golpe de revés, mezclar un martini, usar un vaporizador de papel pintado o hacer el Twist. Mi mujer también parecía dispuesta a aprender. Por viejos que pareciéramos a nuestros hijos, seguíamos aprendiendo a ser adultos.