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Una nueva generación de cristianos está llamada a ayudar a construir un mundo en el que el don de Dios de la vida sea acogido, respetado y apreciado, y no rechazado, temido como una amenaza y destruido. Una nueva era en la que el amor no sea codicioso ni egoísta, sino puro, fiel y auténticamente libre, abierto a los demás, respetuoso de su dignidad, que busque su bien, que irradie alegría y belleza. Una nueva era en la que la esperanza nos libere de la superficialidad, la apatía y el ensimismamiento que apagan nuestras almas y envenenan nuestras relaciones.