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El enemigo agresor persigue siempre el latrocinio, el asesinato, la rapiña y la barbarie. Siempre avanzamos con una misión elevada, un destino impuesto por la deidad para regenerar a nuestras víctimas mientras capturamos incidentalmente sus mercados, para civilizar a los pueblos salvajes y seniles y paranoicos mientras tropezamos accidentalmente con sus pozos de petróleo o sus minas de metal.