Podemos trabajar juntos por un mundo mejor con hombres y mujeres de buena voluntad, aquellos que irradian la bondad intrínseca de la humanidad. Para hacerlo con eficacia, el mundo necesita una ética global con valores que den sentido a las experiencias vitales y que, más que las instituciones y los dogmas religiosos, sustenten la dimensión inmaterial de la humanidad. Los valores universales de la humanidad, como el amor, la compasión, la solidaridad, el cuidado y la tolerancia, deben constituir la base de esta ética global que debe impregnar la cultura, la política, el comercio, la religión y la filosofía. También debería impregnar la familia ampliada de las Naciones Unidas.