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La esperanza nos impulsa a inventar nuevas soluciones para viejos problemas, que a su vez crean problemas cada vez más peligrosos. La esperanza elige al político con la mayor promesa vacía; y como sabe cualquier corredor de bolsa o vendedor de lotería, la mayoría de nosotros aceptamos una pequeña esperanza antes que una frugalidad prudente y predecible. La esperanza, como la codicia, alimenta el motor del capitalismo.