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Durante el período juvenil de la evolución espiritual de la humanidad, la fantasía humana creó dioses a su imagen y semejanza que, mediante las operaciones de su voluntad, se suponía que determinaban el mundo fenoménico o, en todo caso, influían en él. El hombre intentó alterar la disposición de estos dioses en su propio favor por medio de la magia y la oración.