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La religión procede de un periodo de la prehistoria humana en el que nadie -ni siquiera el poderoso Demócrito, que llegó a la conclusión de que toda la materia estaba hecha de átomos- tenía la menor idea de lo que ocurría. Proviene de la infancia berreante y temerosa de nuestra especie, y es un intento infantil de satisfacer nuestra ineludible demanda de conocimiento. Hoy en día, el menos instruido de mis hijos sabe mucho más sobre el orden natural que cualquiera de los fundadores de la religión.