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El objetivo último de la teología no es el conocimiento, sino la adoración. Si nuestro aprendizaje y conocimiento de Dios no conducen a la alabanza gozosa de Dios, hemos fracasado. Aprendemos sólo para poder alabar, lo que equivale a decir que la teología sin doxología es idolatría. La única teología que vale la pena estudiar es una teología que se pueda cantar.