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Los colores cambian: a la luz de la mañana, el rojo resplandece brillante y claro y los azules se funden con su entorno, fundiéndose con los verdes; pero al atardecer los rojos pierden su viveza, adoptando un tono más tranquilo y desplazándose hacia los azules del arco iris. Las flores amarillas permanecen brillantes, y las blancas se vuelven luminosas, brillando como figuras fantasmales sobre un fondo verde cada vez más oscuro.