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No sólo debemos controlar las armas que pueden matarnos, sino que debemos salvar las grandes disparidades de riqueza y oportunidades entre los pueblos del mundo, la inmensa mayoría de los cuales vive en la pobreza sin esperanza, oportunidades ni opciones en la vida. Estas condiciones son un caldo de cultivo para la división que puede hacer que un pueblo desesperado recurra a las armas nucleares como último recurso. Nuestra única esperanza reside en el poder de nuestro amor, generosidad, tolerancia y comprensión y en nuestro compromiso de hacer del mundo un lugar mejor.