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No se sabe a qué extremos de crueldad y crueldad llegará un hombre cuando se libere de los miedos, las vacilaciones, las dudas y los vagos atisbos de decencia que acompañan al juicio individual. Cuando perdemos nuestra independencia individual en la corporatividad de un movimiento de masas, encontramos una nueva libertad: libertad para odiar, intimidar, mentir, torturar, asesinar y traicionar sin vergüenza ni remordimiento. Aquí reside, sin duda, parte del atractivo de un movimiento de masas.