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Día tras día buscábamos la lluvia, y día tras día no veíamos más que el sol. La lavanda que habíamos plantado en primavera murió. El trozo de hierba frente a la casa abandonó sus ambiciones de convertirse en césped y se convirtió en el amarillo sucio de la paja pobre. La tierra se encogió, revelando sus nudillos y huesos, rocas y raíces que antes habían sido invisibles.