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Si los órganos, facultades, poderes, capacidades, o como quiera que los llamemos, crecen por el uso y disminuyen por el desuso, se infiere que continuarán haciéndolo. Y si esta inferencia es incuestionable, entonces la que se deduce de ella -que la humanidad debe al final adaptarse completamente a sus condiciones- es también incuestionable. El progreso, por tanto, no es un accidente, sino una necesidad.