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En cada tumba del verde césped de la tierra hay una pequeña semilla de la vida de resurrección de Jesucristo, y esa semilla no puede perecer. Germinará cuando el cálido viento del sur del regreso de Cristo traiga la marea primaveral a esta fría tierra nuestra, maldita por el pecado; y entonces los que están en sus tumbas, y nosotros que yaceremos en las nuestras, sentiremos en nuestros cuerpos mortales el poder de su resurrección, y saldremos a la vida inmortal.