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El conflicto actual no es más que una lucha por el poder al viejo estilo, presentada una vez más a la humanidad con ropajes semirreligiosos. La diferencia es que, esta vez, el desarrollo del poder atómico ha imbuido a la lucha de un carácter fantasmal, pues ambas partes saben y admiten que, si la disputa se deteriora hasta convertirse en una guerra real, la humanidad está condenada.