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Qué inocentes eran estos árboles, que en
verde mayo, soplados por una próspera brisa,
se erguían guirnaldados y alegres;
Que ahora en el resplandor del atardecer
De colores serios vestidos me confrontan con su espectáculo
Como resignados y tristes,
Árboles que, sin susurrar, se yerguen ámbar, bronce y oro;
Pavimentando la tierra para alguien cansado y viejo;
Olmos, castaños, álamos y pinos, me funden en vosotros,
Que dicen una vez más en tonos de tiempo,
Su despedida de follaje.