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Fue una mañana en la que toda la naturaleza gritó ¡para siempre! La brisa, que soplaba suavemente desde el valle, parecía traer un mensaje de esperanza y alegría, susurrando golpes de chip embocados y brassies aterrizando de lleno en la carne. La calle, que aún no había sido marcada por los hierros de cien dubs, sonreía con su verdor al cielo azul.