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Fue en los días en que el poder de Francia ya estaba roto en los mares, y cuando más de sus tres-cubiertas yacían pudriéndose en el Medway que los que se encontraban en el puerto de Brest. Pero sus fragatas y corbetas seguían surcando el océano, seguidas de cerca por las de su rival. En los confines de la tierra, estas delicadas embarcaciones, con dulces nombres de muchachas o de flores, se destrozaban mutuamente por el honor de las cuatro yardas de banderines que ondeaban en el extremo de sus garfios.