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Afirmo no haber controlado los acontecimientos, pero confieso claramente que los acontecimientos me han controlado a mí. Ahora, al final de tres años de lucha, la condición de la nación no es la que ninguno de los partidos, ni ningún hombre ideó o esperaba. Sólo Dios puede afirmarlo. Parece claro hacia dónde tiende. Si Dios quiere ahora eliminar un gran error, y quiere también que tanto nosotros, los del Norte, como ustedes, los del Sur, paguemos justamente por nuestra complicidad en ese error, la historia imparcial encontrará en ello una nueva causa para atestiguar y reverenciar la justicia y la bondad de Dios.