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Los solitarios, si los atrapas, merecen la pena. No se embotan por el exceso de contacto humano, ni son indiferentes o se centran en tu entrepierna mientras parlotean sobre sí mismos, los solitarios son curiosos, vigilantes, llenos de sorpresas. No se aferran. Separados dondequiera que vayan, despiertos o dormidos, brillan con la iridiscencia de las cosas ocultas que rara vez se ven.