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  • Te enseño alegría, no tristeza. Te enseño el juego, no la seriedad. Te enseño el amor y la risa, porque para mí no hay nada más sagrado que el amor y la risa, y no hay nada más orante que el juego. No te enseño la renuncia, como se ha enseñado a lo largo de los siglos. Te enseño: ¡Alégrate, alégrate y vuelve a alegrarte! El regocijo debe ser el núcleo esencial de mis sannyasins.