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Si Dios no parece tener prisa por hacer desaparecer el problema del mal, quizá nosotros tampoco deberíamos tenerla. Quizá nuestra compulsión por lavarle las manos a Dios sea un servicio que él no aprecia. Tal vez -a pesar de todas las teodiceas y de casi todos los teólogos- el mal es el lugar donde nos encontramos con Dios. Quizá no le moleste aparecer sucio en sus citas con la creación. Tal vez -sólo tal vez- si alguna vez resolviéramos el problema, nos habríamos librado de un amante.