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Es muy natural que los jóvenes sean vehementes, enconados y severos. Porque como rara vez comprenden de una vez todas las consecuencias de una posición, o perciben las dificultades por las que razonadores más fríos y experimentados se ven frenados en su confianza, forman sus conclusiones con gran precipitación. No viendo nada que pueda oscurecer o avergonzar la cuestión, esperan encontrar que su propia opinión prevalece universalmente, y se inclinan a atribuir la incertidumbre y la vacilación a la falta de honestidad, más que a la falta de conocimiento.