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El más pequeño ser vivo responde a una necesidad más profunda que todas las obras del hombre, porque es transitorio. Tiene una evanescencia de vida, o de crecimiento, o de cambio: pasa, como nosotros, de una etapa a otra, de oscuridad en oscuridad, a una distancia en la que nosotros también desaparecemos de la vista. Una obra de arte es estática; y su valor y su debilidad residen en serlo: pero el mechón de hierba y las nubes sobre él pertenecen a nuestra propia hermandad viajera.