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Una noche escondió el pañuelo de algodón rosa de su gabardina en la funda de la almohada cuando la enfermera se acercó a cerrar sus cajones y armarios por la noche. En la oscuridad había hecho un lazo y trataba de apretárselo alrededor de la garganta. Pero siempre que el aire dejaba de entrar y sentía que el ruido se hacía más fuerte en sus oídos, sus manos se aflojaban y la soltaban, y se quedaba allí jadeando, maldiciendo el estúpido instinto de su cuerpo que luchaba por seguir viviendo.