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El impulso religioso en el hombre no es una mera fase pasajera en la historia de su desarrollo espiritual, sino la fuente última de todo su pensamiento ético y de todos sus conceptos de moralidad; no el resultado de una credulidad primitiva que una época más "ilustrada" pudiera superar, sino la única respuesta a una necesidad real y básica del hombre en todo tiempo y en todo entorno. En otras palabras, es un instinto.