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A nadie se le escapa, y menos aún a quienes la practican, cómo la ciencia y la tecnología, en su vertiginoso curso, influyen o deberían influir en la ética y el derecho, la educación y el gobierno, el arte y la filosofía social, la religión y la vida de los afectos. Sin embargo, la ciencia es una energía omnipresente, ya que es a la vez un modo de pensamiento, una fuente de fuertes emociones y una fe tan fanática como ninguna otra en la historia.