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  • Amar a un Dios santo está más allá de nuestro poder moral. La única clase de Dios que podemos amar por nuestra naturaleza pecaminosa es un dios profano, un ídolo hecho por nuestras propias manos. A menos que nazcamos del Espíritu de Dios, a menos que Dios derrame su amor santo en nuestros corazones, a menos que se rebaje en su gracia para cambiar nuestros corazones, no le amaremos... Amar a un Dios santo requiere gracia, una gracia lo suficientemente fuerte como para traspasar nuestros corazones endurecidos y despertar nuestras almas moribundas.