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Luego vinieron las leyes de patentes. Éstas comenzaron en Inglaterra en 1624 y, en este país, con la adopción de nuestra Constitución. Antes de ellas, cualquier hombre podía utilizar instantáneamente lo que otro había inventado, de modo que el inventor no obtenía ninguna ventaja especial de su propia invención. El sistema de patentes cambió esto; aseguró al inventor, por un tiempo limitado, el uso exclusivo de su invento; y de este modo añadió el combustible del interés al fuego del genio, en el descubrimiento y producción de cosas nuevas y útiles.